ISSN 2215-972X
ISSN 2215-9738

San Juan de Pasto, Nariño , Colombia

PORTADA PRIMER NÚMERO

PORTADA PRIMER NÚMERO
Ilustración de Jhon Felipe Benavides ©

15 de octubre de 2010

FINALISTAS I CONCURSO DE CUENTO REVISTA CULTURAL AVATARES

Barba. Ilustración de Adrián Montenegro ©



BARBA
POR JUAN SEBASTIÁN MUÑOZ SÁNCHEZ
BOGOTÁ

Después de cuarenta y siete años, decidió quitarse la barba. No más barba. Ya no más. Otra vida. Se acabó. La preparación ceremoniosa: calentar agua y poner ordenadamente frente al espejo del baño una toalla impecable, una navaja reluciente, tijeras afiladas y jabón abundante. Se puso de pie y contempló su rostro barbado por última vez. Se acarició la cara como quien se consiente. Tomó las tijeras y empezó a recortar poco a poco. Los vellos grises caían pesados sobre la loza blanca del lavamanos. El irreversible paso de la tijera hacía trascendental el acto. El territorio tras la maraña natural empezaba a vislumbrarse, era el momento de la navaja. La cara salpicada de agua y el filo ansioso por devorar espesura. La hoja implacable talaba los cabellos, delirante. Cerraba los ojos contagiado del éxtasis de la destrucción irreversible. Se palpó la cara y ya no quedaban rastros de vellosidad alguna. Abrió los ojos y toda su mandíbula era blanca y vetusta. Los labios desaparecidos y los dientes que construyen una sonrisa gigante y obscena. La piel no existía. Tenía una máscara de cuero humano que lo cubría hasta pasar la nariz y rebasar los pómulos. El hueso ajado y amarillento que sucumbía a la pátina del tiempo. El hombre se miró en el espejo. Se secó la cara y al hacer chocar los dientes de su boca calcificada expresó su felicidad por sentir el aire mañanero a través de la ventana del baño. En el hueso esa brisa se sentía fría y siniestra, pero plena y absoluta.

Eran cuarenta y siete años de no haberse afeitado y dos años de haber muerto. Desde hacía treinta años se había cansado de ser rabino, pero no podía volver el tiempo atrás. Era demasiado apellidarse Barba y ser rabino. No quiso cambiarse el apellido por respeto a su padre y por la pesada burocracia. Barbas siamesas que fueron separadas por la muerte




El vidente. Ilustración de Adrián Montenegro ©



EL VIDENTE
Por Carlos Arcos Guerrero
Pasto, Nariño


Es la noche de San Jorge. Libremente recorro la ciudad y hablo con mucha gente, conocidos y desconocidos. ¿Quién podrá saber quién es conocido?

Al despedirme de esta mucha gente me he preocupado. “Gracias” han dicho unos, y otros, “Muchas gracias”. Pero, ¿por qué agradecen? A ellos ni regalos, ni licor les he brindado, nada más que hablar y hablar bajito es lo que he hecho.

“Hasta luego, que te vaya bien”, han dicho unos, y otros, “Ojala te volvamos a ver pronto”. Y alegres todos han sonreído. Fijamente luego se han quedado mirándome como quien quiere ver algo invisible y eso me preocupó.

Fácil sería el escudriñar intenso de ellos explicar si yo les hubiese sonreído, pues cuidado he tenido de no hacerlo, mis dientes mostrarles no puedo y mi capa negra de afilado cuello no la llevo.

Me miro en el espejo y ¿quién podrá reconocer a este hombre? A este ser que ya no existe, que no camina sino que vuela. A este inmortal que solamente es dos ojos y una boca: dos águilas erigidas sobre el fuego.




Tarde de lluvia. Ilustración de Adrián Montenegro ©



TARDE DE LLUVIA
POR CARLOS ANDRÉS ULLOA RIVERO
BOGOTÁ


Una tarde de lluvia los monjes observaban el agua caer sobre los árboles del patio. Cuando en uno de ellos nació una pregunta, como era costumbre, la dijo en voz alta:

—Y si los árboles pudieran hablar ¿se quejarían de la vida que cae redundante sobre sus hojas?

El maestro, que caminaba con prisa hacia el baño, y que por casualidad escuchó la pregunta, sin detenerse dijo sonriendo:

—Si los árboles pudieran hablar, no sería nuestra la paciencia necesaria para comprender su silencio.

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